Descaminados
Descaminados, desnudas
las partes de un cuerpo expropiado,
les queda a sus familias,
al final de un rastreo por rutas anti odisea,
la blusa, el saco descosido, la camiseta raída,
el deshilachado reboso,
la cinta del pelo o las de la cintura.
Descamisados, con la piel ardiendo
entre mares o desiertos, los sin suelo
no se tapan sus pobrezas,
ni el corazón que con ahínco vuela
de continente a contenciones, de un sur insondable
al norteado sueño. Con el plexo solar
seco, con el colon furibundo
y las mandíbulas constreñidas
por angustias que tapian la esperanza,
los y las descaminadas
casi se mastican la lengua
y el grito que llevan envuelto de tinieblas.
Es el tiempo de sus ahogos, sus volcaduras,
de ataques anti-migrantes con armas
de violencia masiva. Los quiere muertos
la lógica del excluyente mercado de brazos
y de vientres. Los quiere despojados
de papeles, de camisas, de afanes y de órganos.
Cuanto más los quiera contenidos
inflará el pecio de su paso, de su navegación,
de los oasis que incitan a la aventura delirante,
al avanzar a todo costo, al tupido riesgo.
Descaminados, dignos, siempre audaces,
intentan ligar al mundo sin fronteras.
Su paso suena a contrarrítmica, anti melódica travesía
que transgrede con sus ay, sus desgarres sin saliva,
las orejas de un mundo ensordecido,
que tiene por costumbre perseguir al ajeno,
tildarle de forastero, ilegal, extraño, descalzonado,
presa de caza, carne para perros, cuerpo esclavo,
mercancía de bandas, siervo de sicarios, judío errante,
basura retornable si sobreviven.
Hombres o mujeres descaminadas, se encuentran,
se cubren el alma con la cálida red del auxilio
de quienes sí les ven, les animan,
les escuchan el acento del sueño
de despertar en el inicio del túnel, en la tripa del monstruo:
¡O se lo comen o serán consumidos!
Es ya otra historia, la abandonada camisa de quienes pasan, no la cuenta.
Ricardo Landa, 22 de junio de 2015
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