MAGDALENA DURERO
Escucha, Jesús, blasfemias,
parientes de las de Sinead
(la santa irlandesa
a quién veo dibujar su sexo
con las yemas unidas de los índices y pulgares);
saltan de mí cual renacuajos,
rayos y centellas,
al deleitarme en el memorado
evangelio de Durero.
En su nido,
los pechos de Magdalena,
polluelos hambrientos,
se levantan ansiosos
de una gota de tu sangre, Jesús.
La mirada de Magdalena,
el bálsamo de su boca,
el círculo perfecto de su cabeza,
la suave enredadera de sus manos
y la hidra de sus cabellos:
son brisa,
frescor que alivia tu agonía
y te endulza los delirios, Jesús.
Postrada ante ti,
llena de dolor y avergonzada
por tu muerte de salvación,
Magdalena suspira,
abriga el secreto de tus ojos limpios,
se lo lleva al sueño que entreabre sus párpados,
alumbra con tu sombra
su noche.
Y Magdalena se compadece de nosotros:
vamos en su mirada los sufrientes,
los caídos,
los que nos retorcemos atados
a tu lado, Jesús,
o a tus pies, joven mártir
de un intento más de las vanguardias.
Su belleza nos ampara,
como te asila, Jesús el expulsado del reino,
nos unge
su humedad de mujer,
desprendida,
generosa,
portento que nos maravilla,
como a ti, hombre torturado
por la sexualidad judeo cristiana.
De lo demás del grabado de Alberto Durero,
lo siento, Jesús, me es borroso,
sólo el cuerpo numen de Magdalena
ha calado en mi memoria.
Ricardo Antonio Landa, versión del 1 de abril de 2015 del poema de 1989.
Imágenes: 1 Grabado de Alberto Durero: Crucifixión; 2 Detalle de Grabado de Durero: posible María de Magdalena; 3 Pintura atribuida a Mazzucchelli: Magdalena llevada al cielo por los ángeles; 4 Detalle de pintura de Sandro Botticcelli: El embalsamado de pies a Cristo por Magdalena; 5 Grabado de Durero: Llanto sobre Cristo muerto; 6 Grabado de A. Durero: Éxtasis de Sta. María Magdalena; y 7 Pintura de Alberto Durero: Santísima Trinidad con Magdalena abajo a la izquierda de Jesús.