El sabor de la ceniza
Se pega al paladar,
llama a la memoria,
busca su raíz y al fin encuentra
cal, vigas húmedas, la cama de tablas
estrecha al lado de mi madre,
o de mi abuela cuando mi padre regresa
y, como Ulises, hace como que la sirena le habla,
y él, imperturbable, fuma tras de tomar lo suyo,
como si lo mereciera.
Pero siempre un pan nos quita la amargura,
–pan chiquito, pero bendito–
pan de ceniza sin queso
aunque con nata,
cocol de ajonjolí, regado de anís,
caliente por el brasero
o por los frijoles hervidos con epazote.
Así la vida bien valía la pena.
–Las penas con pan son buenas.
Y cuando tuve una hermana
Y vivimos lejos de la casa unos meses en la sierra,
también ella pedía su pan
y lo sopeaba en la leche o el atole.
Y nos reíamos viéndola sorber el bolillo.
Más grande que ella, pero más pequeño
que nuestra esperanza de verla
tan plena como creciera.
Y uno se sube a las nubes
y como papalote rosa de papel de china
inventa un camino para vedar
la pesadilla y el susto de quedarse solo,
sin pan, ni madre, ni abuela, ni hermana.
(No escribo sobre mi hermanito, mi amigo el ronco,
Ni de mi maestro-compañero,
porque ellos se fueron un ratito a leer este poema)
Y en ese camino, las huellas que en la ceniza dejo
tienen el sabor del pan duro para el susto
que un día me dio mi abuela
–no llore nomás recuerde y ande a jugar
que vive como quisiera.
Así sea, así fue, así es y bien vale su huella.
Ricardo Antonio Landa Guevara. 10 de enero de 2018-11de enero de 2020.
Imágenes: Cothe, escultura de Camile Claudel; Kentridge: padre con niño en brazos; Elefante de chaquira y madera, arte wixárika; Hada, Paula Rego; Casas, S. Modling; Tronco sangrando, dibujo japonés; Luz que la flor muerde, foto internet.
Blog: htps://www.elrojodelalengua,wordpress.com